11 Abr “No me quieras mucho, quiéreme bien”
En cuantas ocasiones hemos escuchado eso de: “Esto lo hago porque te quiero”
¿Realmente es así? o ¿Es una manera de que la otra persona acceda a cambiar nuestros intereses haciéndonos ver que realmente es por nuestro bien?
En muchas relaciones afectivas se tiende a confundir el amor con la dependencia afectiva.
El miedo a la pérdida o al abandono hacen que las relaciones amorosas sean adictivas e incluso lleguen a convertirse en enfermizas.
Es importante entender que una relación sana es aquella en la que cada persona, de manera individual, asume la responsabilidad de su propia vida y de sus acciones, donde la felicidad no se busca en el otro, sino que depende de cada uno; en definitiva, una relación en la cuál no haya temor, sino libertad e independencia: vivir un amor que no esclavice, poder amar sin miedos.
Una relación no puede estar basada en la posesión, en modelar a la otra persona según nuestro criterio, en hacerla cambiar, en modificar su rutina o su manera de hacer las cosas. El amor debe estar basado en el respeto mutuo, en respetar la libertad de que la otra persona gestione su vida, sus hábitos y su manera de ver la vida.
No digas que quieres mucho y aprende a hacerlo bien. Ama a la otra persona con sus virtudes y sus defectos. Respetando ante todo su manera de hacer las cosas, porque todo tiene un por qué.
Ama desde la individualidad, aprendiendo a no ser “medias naranjas”, sino “naranjas enteras” que deciden mantener una vida juntos, la comparten y aprenden el uno del otro sin intentar poseerse, sino queriéndose desde la libertad.
Aprendamos a identificar qué cosas no queremos en nuestra relación para poder cambiarlas y para así evitar que acabe convirtiéndose en una relación tóxica que impida desarrollar nuestra felicidad.